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Sabemos que la vida en la Tierra se originó en el agua, en las vastas superficies oceánicas que la cubrieron alguna vez casi totalmente. Que las primeras formas devida fueron simples, unicelulares o colonias de zooides basales, es decir el tipo de elementos visualmente cercanos a los signos que fluyen en el lenguaje plástico de Secco. En su adolescencia, los libros de divulgación científica lo atrajeron tanto como los de arte. Podríamos hablar incluso sin tapujos de sentimientos, de lo conmovedor que le resulta al artista la historia biológica de la Tierra y de la profunda conciencia de estar vivo en un sitio cuya vida se originó en el agua. Ese amor a lo elemental del lugar en donde vivimos se encuentra, sin embargo, en un contexto. Desde que el océano está en nosotros, en la historia de nuestros genes, en nuestros sueños, no está allí sin colisión con el destino de la humanidad. Es por eso que el amor a la Tierra en las imágenes de Secco no puede existir sin inquietud, sin vibrar también como una preocupación frente a los rasgos egoístas y depredadores del hombre.

Si bien Secco no se rotula a sí mismo como constructivista, es evidente que son los artistas del constructivismo abstracto europeo, más que los de nuestra Escuela del Sur, quienes más cerca están de su forma de concebir el trabajo plástico. Su caso es el de un artista racional, un estudioso de las formas a la manera de Arden Quin, Klee o Mondrian, para el cual la estructura y la síntesis geométrica tienen una importancia fundamental. Su geometría se nutre del lenguaje abstracto de las formas de la naturaleza, y como en tal lenguaje, es el vehículo para una expresión clara, armoniosa y directa. Su geometría es el lenguaje de los signos, y en este caso de la vida de los signos.

Sergio Altesor

We know that life on Earth originated in water, in the vast ocean surfaces that once almost completely covered it. That the first forms of life were simple, unicellular or colonies of basal zooids, that is to say the kind of elements visually close to the signs that flow in Secco’s plastic language. In his adolescence, popular science books attracted him as much as art books. We could even speak openly of feelings, of how moving the biological history of the Earth is for the artist and of the deep awareness of being alive in a place whose life originated in water. This love for the elemental nature of the place where we live is, however, in a context. Since the ocean is in us, in the history of our genes, in our dreams, it is not there without collision with the destiny of humanity. That is why the love for the Earth in Secco’s images cannot exist without anxiety, without also vibrating as a concern in the face of the selfish and predatory traits of man.

Although Secco does not label himself a constructivist, it is clear that the artists of European abstract constructivism, rather than those of our Southern School, are closest to his way of conceiving plastic work. He is a rational artist, a student of forms in the manner of Arden Quin, Klee or Mondrian, for whom geometric structure and synthesis are of fundamental importance. His geometry is nourished by the abstract language of the forms of nature, and as in such a language, it is the vehicle for a clear, harmonious and direct expression. His geometry is the language of signs, and in this case of the life of signs.

Sergio Altesor

Felipe Secco

En 1990 Diego Montero era un joven arquitecto porteño para quien Punta del Este había sido siempre un lugar de vacaciones y donde había empezado a hacer algunas obras dispersas desde el año 80. Casi todas pequeñísimas rusticas y elementales, pero con un sentido del lugar y del savoir vivre muy personal y característico que poco a poco fue ganando cultores y adeptos. Hoy, cuando ya hace más de 20 años desde que se instaló definitivamente con su familia en Manantiales, es prácticamente imposible hacer más de dos cuadras por esa angosta franja sobre el mar que va desde el puente de La Barra hasta Jose Ignacio sin cruzarse con alguna casa u obra suya. Y si bien es cierto que el mero aspecto cuantitativo es impresionante – desde el año 90 ha construido un promedio de entre diez y quince casas por año – tal vez sea más interesante aún el hecho de que muchas de sus obras (como el restorán Los Negros, en José Ignacio, o más reciententemente el hotel de Garzón, ambos de Francis Mallmann) hayan sido la piedra fundacional y el motor de arranque para desarrollos posteriores.
In 1990 Diego Montero was a young architect from Buenos Aires, for whom Punta del Este had always mostly a holiday destination. A place where he had built a handful of houses, with a very unique sense of place, that were slowly gathering a cult following. Now, more than 20 years after he decided to make that area his permanent residence, it's virtually impossible to walk for more than a couple of blocks, along that narrow strip between La Barra and Jose Ignacio, without bumping into one of his houses. Aside from the impressive volume of his output – he has bult an average of 10 houses a year over the last decade – it is perhaps more interesting that many of his projects (such as Los Negros restaurant, or more recently the Hotel Garzón, both for Francis Mallmann) have become stepping stones for developments to follow.

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